miércoles, 21 de noviembre de 2007

9. ¿Por qué no hablas?


Cuando se acaba la algarabía de una noticia quedan las frases que la han hecho famosa.
Esta debería ser la frase de ésta semana para intentar comprender a la mujer que no pide ayuda estando amenazada de muerte.

-¿Por qué no hablas? Di algo mujer. Algo parecido le preguntaba la locutora de TV de uno de los programas de “entretenimiento”. La chica, a quien increpaba para aumentar la expectación, ante el hecho de un chico declarándosele de rodillas. Ella callaba, ante la insistente declaración de... ¿amor?.

La chica miraba a la locutora y levemente giraba la cabeza en un movimiento negativo casi imperceptible, entre sorprendida e impotente.

Si lo que pretendía el programa en cuestión era representar la escena clásica de D. Juan en versión moderna, le salió el tiro por la culata.

Este D. Juan de pacotilla al más puro estilo, con sus ricitos peinados al agua y queriendo mostrarse impecable; ante la negativa, controló su machismo y lo volcó más tarde matando su “deseo” para que su “ego” quedara intacto.

Esta chica rusa, quizá debería haber leído cómo se educaba a la mujer española no hace tanto, para que, a su vez, transmitiera esos valores a su prole.

Para muestra un botón de los que están circulando por internet.

“La vida de toda mujer, a pesar de cuanto ella quiera simular –o disimular- no es más que un eterno deseo de encontrar a quien someterse. La dependencia voluntaria, la ofrenda de todos los minutos, de todos los deseos y las ilusiones, es el estado más hermoso, porque es la absorción de todos los malos gérmenes –vanidad, egoísmo, frivolidades- por el amor”.
Medina, revista de la Sección Femenina, 13 de Agosto de 1944.

O esta otra perla:

“Las mujeres nunca descubren nada; les falta, desde luego, el talento creador reservado por Dios para inteligencias varoniles”.
56 “Discurso de la Delegada Nacional de la Sección femenina en el Primer Consejo Nacional del SEM”, en Consigna, nº 26, 3-1943, p. 23.

viernes, 9 de noviembre de 2007

8. Persuadir y seducir

¿Qué sugieren estas dos palabras?. Si nos fijamos, no cabe duda: estamos ante dos palabras hermosas, tanto por su forma como por su sonido. Si buscamos su significado en algún diccionario, tanto una como otra tienen connotaciones negativas.

Los matices de las palabras son como el color o el perfume que las distingue. Para notarlos hay que degustarlas, saborearlas, y a continuación, dejarlas en libertad.

Al pronunciar persuasión, las letras no salen con tanta facilidad de nuestros labios, como si con ello la palabra nos diera a entender su significado más benévolo: “tratar de convencer a alguien mediante razonamientos”. No basta que tengamos toda la razón del mundo, este convencimiento genera una resistencia en el otro, por tanto, la persuasión va dirigida a la deducción personal, al intelecto.

Sin embargo, la seducción sale de nuestros labios sin esfuerzo como una música que llega al oído del otro de manera suave, como algo subliminal, interno e inconsciente. No se dirige a la razón, por lo que no opone resistencia, sino a emociones para despertar sensaciones.

El diccionario de 1739 ya definía seducir como “engañar con arte y maña, persuadir suavemente al mal”.

¡Pobrecitas palabras, qué carga arrastran! A través de la historia tanto la religión como la política, el comercio, la publicidad, etc... han hecho que al pronunciarlas recordemos conceptos negativos sobre todo aplicados al género femenino, en el caso de estas dos: seducción y persuasión. Incluso la literatura que es un reflejo de la vida guarda su utilización. Y no digo que no sea en parte cierto, yo misma he tenido que defenderme ya no sólo de las etiquetas; sino de consejos encaminados a usarlas para obtener beneficios cuando he querido ir por derecho y a las claras.

¿Quién no se ha sorprendido cuando, al emitir un argumento, una palabra escuchada a nuestros mayores ha salido sin querer de nuestros labios?

Como dice Rossi-Landi, un clásico de sociolingüística de los 60: “El sujeto no sabe por qué habla, como habla, y es hablado por sus propias palabras”.

Los vocablos heredados se introducen en los contextos de las palabras, se van sumando a la historia y van impregnando nuestros pensamientos.

Alex Grijelmo en su libro “La seducción de las palabras” nos lo explica muy bien:
“Las leyes del idioma entran en el hablante y se apoderan de él para ayudarle a expresarse. Nadie razona previamente sobre las concordancias y las conjugaciones cuando habla, nadie programa su sintaxis cuando va a empezar una frase. Si acaso, puede analizarla después de haber hablado. Así también las palabras se depositan en el inconsciente, sin razonamientos, y poco a poco adhieren a sus sílabas todos los entornos en que los demás las usan”.

Y es ese entorno, a veces malintencionado, quien las viste con esos ropajes de prejuicios, intransigencias y amenazas de todo tipo. Esos ropajes que las asfixian y ocultan su belleza innata y hace que incluso temamos usarlas en según que contexto por si alguien tergiversa el significado que queremos darle.